La Cabeza en la Red y la Ropa Interior en el Frigorífico


Todos los años ocurre lo mismo. Apenas se barruntan los calores, Madrid se descentra. Como poseída por poderosas y contradictoras fuerzas , la ciudad comienza a centrifugar a sus residentes hacia destinos más o menos lejanos y a absorber visitantes de cualquier esquina del mapa mundi en una violenta e incesante rotación que dura hasta el otoño. En estos días teñidos de pereza, laxitud, cañas y espectáculos nocturnos al aire libre, Madrid se torna desconocida hasta para los más gatos. Sufre mutaciones permanentes; cambia de piel y de comportamiento; se vuelve serena y acogedora en sus ciento y una noches de verano e invita al paseo y a la conversación tranquila en las terrazas; aplaza el sueño en el trasnoche y apresura la ambición en las primeras horas de la mañana. El mediodía se enciende de tal manera que solo lo transitan los extraños más inocentes. los propios se ocultan en madrigueras acondicionadas y la ciudad parece un decorado fantasma tras el telón ardiente de la canícula. Disminuyen agradablemente el tráfico, el tráfago y el ruido atronador del invierno; disminuyen las colas y las esperas; se vacían las urgencias, las peluquerías y los edificios oficiales. Se pueblan los jardines de sonrisas infantiles, orientales, turísticas...; se pueblan los comercios de gangas. Adelgazan las señoras y las páginas de los periódicos. Se "pierden" los perros y todo tipo de animales domésticos; se "pierden" ancianos. Se aprovecha para tirar ropas en desuso y para usar la mínima ropa. Se aprovecha para hacer gestiones burocráticas largamente aplazadas y para encontrarse con esos amigos a los que le hemos dicho cuarenta veces "te llamo" y no hemos llamado nunca. Algunos (parece que no pocos) toman la estival decisión de presentar los papeles del divorcio, como si el agobio veraniego se contagiase a la pareja. Otros, prefieren ensayar un ingenuo adulterio. Los menos ( pero no tan pocos) eligen las terribles horas de la siesta para consumar el crimen urdido durante tiempo (me lo contaba Margarita Landi, la histórica periodista de sucesos, también conocida como el Inspector Pedrito). Y es que, así como Madrid se derrite, se desvirtúa, se enajena y se extraña, nuestros cerebros se deslíen en la calorina y emergen perturbadoras y desconocidas intenciones. Viene a ser como si la estación, al estilo de los gladiadores con las fieras nos atrapara en su red bloqueante, como nos atrapa la lucha cotidiana en sus furores y desafíos. Habrá que buscarse trucos tipo el de Marilyn Monroe en "La tentación vive arriba" de Wilder que metía la ropa interior en el frigorífico. Ya que a mi edad resulta más adecuado hablar de vida interior que de ropa, pondré el ordenador a la sombra como los botijos y meteré la cabeza en Internet que, como cualquier fenómeno virtual, no padece los rigores del clima.
Perdón, noto que empiezo a desbarrar, me despido y me voy lejos, muy lejos de Madrid.

¡Felices vacaciones!

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
No me desagrada ese Madrid de estío, semi vacío. Y muy a gusto disfrutaría de unas cañas contigo, hablando de lo humano y de lo divino, a tí que las ideas te vienen en bandadas y tienes un palomar lleno de palabras blancas. Se está bien en los pueblos con estos calores y la pereza se apodera de mi buena voluntad.

Invitaríamos a JA? Nos lo pensaríamos.

Un abrazo.
Luis

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