La Manía de los Tulipanes y la Burbuja de los Mares del Sur

El marasmo económico que atemoriza al mundo en las últimas semanas acarrea lodos de toda índole que, tarde o temprano, mucho o poco, nos empantanan a todos. La mugre que dispersa el huracán de la crisis adquiere proporciones oceánicas y contamina al ritmo fétido de la información hasta las inteligencias más vigilantes, ( Glouksman). Llama la atención que los financieros más preclaros, los economistas expertos, los periodistas, los políticos, los líderes sindicales, nadie, sea capaz de hacer una cuenta. Se limitan a poner cifras astronómicas, siempre insuficientes para cuadrar unos balances que, se supone, los responsables deberían conocer con exactitud. Las gentes de los números, tan displicentes y soberbias habitualmente con las de letras, se han pasado en masa a la Literatura y se enredan en denodados esfuerzos verbales para explicarnos una regla de tres compuesta ( no se sabe de qué) que no les sale, sin que caigamos en el mismo pánico que ellos tienen y demuestran.
Esta ofensiva espiral de incuria me ha traído a la memoria una frase que me repetía mi profesor de Matemáticas de bachillerato, D, Joaquín Meléndez, cuando en pleno furor de rebeldía adolescente, escamada por la irracionalidad de los dogmas de fe con los que las monjas despachaban cualquier duda, sospechaba de cualquier axioma y exigía su demostración. Resultaba tan vehemente y tan impertinente que el profesor, fatigado y paciente me respondía: " Castanica, estas muy grillada: las Matemáticas no fallan", pero nunca dejó de plantear, tiza en ristre, las operaciones pertinentes a la comprobación de aquellas verdades básicas e indiscutibles.
Si el bueno de D. Joaquín levantara la cabeza, se volvería a morir con tantas imprecisiones e inexactitudes; tantas variables incontroladas y, en definitiva, tanto cuento.
¡Si por lo menos los narraran bien! Pero tampoco. En las cúpulas del poder no sólo les fallan las Matemáticas, les falla también la Lengua y la Historia. Esta mañana he oído decir a un reportero desde la Bolsa de Madrid, que "empezaban a faltar palabras" para calificar la situación y, a cualquier hora y por cualquier medio, cunde el remoquete de "situación sin precedentes". Pues ni una cosa ni otra.

Las dos proposiciones que componen el título de este artículo son las denominaciones de dos descalabros especulativos que llevaron a Holanda e Inglaterra a la ruina en 1636 y 1720 respectivamente. La manía de los tulipanes tuvo su origen en la fascinación que produjeron en los holandeses, las exóticas flores (recién importadas de Turquía y hasta entonces desconocidas en Occidente) que a su natural belleza unían insólitas irisaciones multicolores al ser cultivadas en los arenosos terrenos holandeses. La pasión por el lujo del próspero país produjo una tal borrachera en la demanda de los bulbos que se llegaron a pagar cantidades millonarias por un sólo ejemplar y, se cuenta, que en una ocasión pillaron a un marinero hambriento comiéndose un bulbo que había robado por confundirlo con una cebolla y le impusieron seis meses de prisión.

La burbuja de los mares del sur fue un crack que se generó por las desorbitadas expectativas de riqueza que despertó la Sea South Company, una empresa dedicada al comercio con América que excitó tanto la imaginación popular que se llegaron a vender acciones por los mercadillos callejeros.
Ambas bancarrotas están perfectamente estudiadas, calculadas y contadas en el libro Delirios Multitudinarios de Charles MacKay, una recomendable lectura para el público en general
y para todos esos próceres del mundo a los que les fallan las Cuatro Reglas, en particular.
Menos mal que el profesor Meléndez está ya en el infinito que, como él decía, es el Paraíso de los matemáticos, porque iba tener que poner muchísimos ceros, incluido el de conducta.