Días de Pasión
A veces la escritura es incompatible con la vida, o al revés: la vida es incompatible con la escritura. Este lapidario diagnóstico de mi prolongada ausencia de la Casa de Muñecas resume el ajetreo de mi particular cuarentena o Cuaresma en la que ha habido de todo: exposiciones, cumpleaños, entierros, viajes, fríos, lluvias, restaurantes, recuerdos, emociones, procesiones, monasterios, amigos, familia... Todo menos abstinencia y/o ayuno, aquellas prescripciones de la Iglesia Católica que creo que, hoy en día, no practican ni los que se declaran ortodoxos.
Me resulta curioso comprobar lo poco que evolucionan las costumbres y las ideas. A veces pienso que si la Iglesia sigue teniendo adeptos no es por que se conserve la fé, sino porque se conservan los rituales, la representación. En el caso de la Semana Santa, de los Días de Pasión, de La Pasión por antonomasia, el público se presta y se apresura a participar(como actor o como espectador) en diferentes dramatizaciones de los episodios de tortura y muerte del Cristo.
Llama la atención la espectacularidad y el tumulto que se congrega en torno a las tétricas teatralizaciones del camino del Calvario. Me llama la atención la capacidad popular para convertir en farsa la narración de una historia de martirio supremo con resultado de muerte;me hace reflexionar sobre la vigencia y el poder del teatro, su amplia convocatoria, incluso con tan macabro y gastado argumento.
Se diría incompatible con el siglo recién estrenado un tinglado de las características del de la Semana Santa española: sus siniestros e interminables desfiles de capirotes escoltando imágenes iluminadas por cientos de lámparas y miles de flores, bandas de música, estruendo de tambores, soldados romanos de guardarropía, rezos colectivos resonantes, cánticos lastimeros, fantasmales apariciones de penitentes enlutados arrastrando cadenas con los pies descalzos, túnicas nazarenas, mantos de terciopelo negro, aromas de incienso y cera derretida de los cirios pascuales alumbrando la noche de los tiempos...
Y en las orillas bares rebosantes de gambas a la plancha, buñuelos de bacalao y torrijas; neones multicolores, bocinas irritadas por la parálisis del tráfico, chicas mostrando sus carnes mortales pero jóvenes y provocadoras, chicos con la alegría etílica del que ha apurado más de un cáliz, vendedores ambulantes de discos piratas y golosinas para tranquilizar a tantos niños asustados, guiris consternados y boquiabiertos ante el delirio...
En fin, nada que ningún español no sepa del macabro esperpento que se lleva representando más de 2000 años por nuestras calles, hoy animado por planes de marketing eclesiástico y estrategias turísticas que convierten la imaginería de la Santa Compaña en película de Sagrada Campaña.
Sin embargo, hay algo que me hace sospechar de tanta adhesión a esta tenebrosa escenografía. Por mucho contenido folclórico y pagano que se perciba : ¿cómo se puede asimilar con tanta naturalidad y aun jolgorio la evocación reiterada del pánico, el tormento y la muerte? ¿Será que a fuerza de familiarizarnos con la representación de la agonía ficticia ahuyentamos el temor de la verdadera? ¿O será que realmente padecemos un sentimiento trágico de la vida, como decía Unamuno, y nos gusta presenciar tramas apocalípticas (o producirlas) como paso previo a una catarsis regeneradora?.
Yo misma. Yo, pecadora, descreída e irreverente, resucito a la escritura de la mano de una Primavera sigilosa, regalando palabras a tan cargantes pompas fúnebres, pero con el sentimiento feliz de "vivir para contarlo" una vez más, por los siglos de los siglos. Vale.
Comentarios
La Pasión y las dudas de fe de Unamuno en la celda del convento de San Esteban son ya agua pasada.
Ahora nos llega esta primavera lujuriosa. Y resucitar como las viñas de tu pueblo a la luz y a las caricias del sol.
Un abrazo lujurioso.
Luis