Demasiados laureles para Philip Roth: un autor sobrevalorado




   Ya ha pasado un año desde que escribí mi última entrada. En ella  hacía referencia a la dimisión, como miembro del jurado del premio Bookers, de la escritora y editora Carmen Calill, en razón de su profundo desacuerdo con la decisión de otorgárselo a Philip Roth. Me impresionó un gesto tan valiente, sincero y a contracorriente, como insólito en estos mercados literarios de los últimos tiempos. Su decisión, perfecta y abundantemente argumentada desde el punto de vista literario, causó un cierto escándalo en los medios anglosajones, no así en España donde, ha querido la casualidad o la impertinente y tozuda realidad, se le acaba de conceder el premio Príncipe de Asturias de las Letras.
  
   Y, como siempre, los medios se deshacen en elogios con el premiado, del mismo modo en que el año pasado lo hicieran con Leonard Cohen, cantautor canadiense de culto, en un país en que se habla tan poco inglés que parece imposible que, salvo las minorías más ilustradas, sean capaces de apreciar las teóricas cualidades de un letrista que susurra sus ¿poemas? con oscura monotonía.
   
Carmen Calill, editora de Virago
   En realidad el asunto de la concesión de un premio, por importante que pueda parecer, no pasaría de ser una anécdota sino fuera por el empalagoso papanatismo que aflora por todas partes. Llama la atención la ausencia de críticas, la unanimidad, la aquiescencia en señalar sus méritos y se echa de menos alguna voz discordante, alguna pega, aunque sea menor. Se diría que la gran ola promocional impide que nadie le toque un pelo. Como si de ello dependiera la prima de riesgo todo el mundo se apresta a calificarlo de clásico contemporáneo, a repetir sus candidaturas a Nobel y a enumerar sus obras como si fuesen el mismísimo Evangelio.

Personalmente, tiendo a desconfiar de estas mareas laudatorias y aunque no seré tan osada como para descalificarlo literariamente, porque no soy ninguna experta y lo he leído poco, no me callaré que dos de sus libros, El Pecho y Sale el Espectrono me gustaron nada:
   
Claire Bloom
El Pecho, a mi modo de ver, constituye la pirueta mal ejecutada de un alumno aventajado por la crítica que, queriendo convertirse en epígono de Kafka y Gogol, erró en el empeño y alumbró una bochornosa versión de La Metamorfosis en la que sustituye el insecto por un pecho gigante de mujer. Como quiera que el oscuro funcionario Gregorio Samsa es aquí un profesor universitario de Literatura se convierte en la coartada perfecta para sus reflexiones sobre el oficio y otras peripecias de lo que algunos han dado en llamar "metaliteratura"y que en este caso son puro narcisismo. Creo que hubiera hecho mejor en convertir al protagonista en ombligo en lugar de en pecho pues,  aunque le hubiera dado menos juego para desparramar sobre uno de sus recurrentes temas: el sexo, le hubiera facilitado el hablar de sí mismo a sus anchas, sin esfuerzos alegóricos. Un admirador de Roth ( su blog se titula como una de las novelas del escritor) dice en otro espacio sobre El Pecho que "narra a través de situaciones inverosímiles"...  Efectivamente, lo inverosímil, esa es la diferencia con Kafka y con Gogol: las situaciones que ellos plantean en La metamorfosis y La nariz son extraordinarias pero no inverosímiles. Y es que en Kafka y Gogol hay verdad, donde en Roth hay vanidad. En Kafka y Gogol hay genio y en Philip Roth, un cierto talento y mucho descaro.

Sobre Sale el Espectro poco tengo que decir, salvo lo nada placentera que me resultó la lectura de las confidencias fisiológicas de un tipo operado de la próstata. Hay quien resume esta obra por ahí como una inteligente crítica a la era Bush, yo la veo como el retrato crepuscular y escatológico de un escritor senil.



En definitiva, que el último Príncipe de las Letras no me parece ni merecido por el autor ni beneficioso para el prestigio del galardón.  Mientras  espero a que el tiempo me de la razón sobre lo sobrevalorado de este escritor, me sumaré a las dos únicas discrepantes con los laureles que se le conceden a Roth: Carmen Calill y su exmujer, la actriz británica Claire Bloom, que escribió una crónica de su matrimonio en la que no sale muy bien parado y que tituló "Saliendo de la casa de muñecas" en referencia a la obra de Ibsen que da título a este blog

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