El Hachazo





El hachazo                       

 


Hoy estoy sin saber yo no sé cómo
hoy estoy para penas solamente,
hoy no tengo amistad,
hoy sólo tengo ansias
de arrancarme de cuajo el corazón
y ponerlo debajo de un zapato.

Miguel Hernández

He tenido que tomar prestadas las palabras de Miguel Hernández para poder expresar cómo me siento tras la pérdida de José Ramón Pose, un amigo del alma. Un amigo del alma que  ha muerto, fulminado por un infarto, como del rayo, por seguir en la estela del poeta. Y nos ha dejado tan desconsolados, aturdidos e impresionados que no hemos sido capaces de decir ni media palabra.
Utilizo  el nos, no como plural mayestático, sino desde la certeza de que somos muchos los que compartimos el brutal impacto de su desaparición y nos debatimos en el naufragio por alcanzar el asidero de su memoria de entre los restos de la hecatombe.
Me decido a escribir estas líneas en mi rincón virtual de Casa de muñecas, porque siento que no debo dejarle este postrer asunto sin entregar y desde la esperanza de que si, como apuntan los científicos, existen los universos paralelos, quizá se alegre de las penúltimas expresiones de cariño de los que aquí seguimos.
Desde la madrugada del sábado, cuando me dieron la noticia, no dejo de pensar en qué diría o esperaría de nosotros si pudiera vernos y creo escuchar su voz ronca apremiando a “producir”…
Pero tengo que confesar que me cuesta un mundo teclear, pues los sentidos me tienen petrificada y en mi imaginación sólo aparece la imagen desolada de un bosque tras un incendio, donde se impone el silencio mineral de la vida aniquilada. Una vida aniquilada, prematura e incomprensiblemente.
Porque la muerte de José Ramón ha sido tan cruel como la muerte de un niño, el niño juguetón y revoltoso que fue hasta sus últimos momentos; el niño aplicado que se afanaba por tener los coches que no pudo tener de pequeño; el niño ingenioso que se divertía enredando con el lenguaje hasta obtener el eslogan perfecto para sus campañas, el cierre más redondo para sus artículos de la radio o el esperpento más desternillante para la reunión de amigos. Sí. José Ramón murió niño, con sus espesos rizos rubios intactos, sin una sola cana y siendo el hijo amantísimo que no escatimó tiempo ni atenciones con su madre anciana. Tampoco escatimó el socorro a los amigos ni el elogio merecido, ese comportamiento tan leal e inusual de alegrase con los logros ajenos y compadecerse con las amarguras o las contrariedades. Como compañero de trabajo fue un excelente e incansable colaborador; como el niño bien educado que fue, siempre se comportó con discreción y elegancia. Y así se marchó: sin hacer ruido ni molestar, en fin de semana y a toda prisa, como el conejo blanco de Alicia.
Decía Tolstoi que “la belleza absoluta sólo está en la sonrisa” y creo que por eso eligió a Concha como compañera, una sonrisa permanente y dulce que ahora está congelada y rota por su ausencia.
Navegando por ese universo paralelo  de Internet acabo de leer que tenemos tantas neuronas como estrellas nuestra galaxia y que hay tantas estrellas como vivos y muertos han poblado la Tierra desde siempre. Desde ahora, miraré al cielo pensando que hay una estrella más en algún rincón celeste y que JR nos hará un guiño pícaro  haciéndola titilar para que no le olvidemos y le imaginemos como él se soñaba en su descapotable: volando en un vehículo espacial, buscándose una segunda vida en las estrellas y en nuestra memoria.

Así sea

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