Zaragoza desmañada: Transbordo en Paraíso

La Expo del Agua que se acerca entre lluvias inclementes y providenciales ha puesto Zaragoza de plena actualidad. Emerge la ciudad de sus espesas y frecuentes nieblas ante los ojos avariciosos de los medios. Se adivina en sus apariciones una imagen renovada aunque todavía lastrada por los tópicos del folclore jotero, la ruda comicidad del habla y las exageraciones localistas. El Alcalde Belloch declara con la euforia del político ante el evento:" Zaragoza es la ciudad europea que más ha crecido, la ciudad que posee el centro logístico más grande, la más..." Vamos, que de no pintar nada y no salir ni en los mapas del tiempo ha pasado a ser "lo más", esa coletilla cargante que se ha puesto de moda por el Madrid de los que silban las eses. Por otra parte, leo en El País un artículo de Labordeta (otro referente político zaragozano que encarna a la perfección el tópico del maño) en el que hace un recorrido ramplón por su ciudad sin ahorrarnos ni un lugar común, como El Plata o El Oasis, unos locales no por entrañables ( para algunos) menos casposos, sobados y patéticos. Lo más acertado del artículo, a mi entender, es el título " Del blanco y negro al color". Sin duda es el recorrido que ha iluminado la democracia, propiciando la reaparición de una ciudad singular desde la grisura y la oscuridad de la dictadura que redujo Zaragoza a poco más que El Pilar
Sin embargo, la ciudad escondía otros circuitos que favorecen visiones más profundas e interesantes. Una de las peculiaridades que más me gusta de Zaragoza es su desinhibición a la hora de bautizar, de poner nombres a las cosas, calles plazas, comercios, cines... Mi memoria más sentimental me lleva a recuperar con dos palabras, Venecia-Delicias, un itinerario llagado por las vías de la línea de tranvía que bajo estos nombres tan inspiradores unía los destinos mas extremos e indeseables de la ciudad: el manicomio en Delicias y la cárcel y el cementerio en Venecia. Una sardónica paradoja que podría habérsele ocurrido a Buñuel.
Era yo muy niña cuando empecé a transitar por estos férreos caminos. Empezaba todo porque me gustaba mucho subir al tranvía.



Entre semana lo veía pasar a lo lejos, por la Avenida San José, como un dragón que echaba chispas azules por la antena que le salía de la cabeza y lanzaba un gemido metálico, el quejido sin remisión de los goznes y las manivelas al arrancar, al parar, al girar, al frenar..., un dragón verde que llevaba a todo el que lo cogía hacía algún lugar lejano, misterioso y, seguramente, digno de verse. Además, antes de empezar la aventura, mientras esperábamos al dragón, me compraban una Sultana, un merengue horneado con forma de onda que, crujiente y ligero, se deshacía en la boca con dulzura. Como nuestra línea era Casablanca-San José, teníamos que hacer transbordo en la plaza Paraíso. Presidida por la Facultad de Medicina con sus cuatro sabios en piedra flanqueando las puertas ( notable edificio 1900 de Ricardo Magdalena) era la estación de espera, la última esperanza para muchos, en el viaje al camposanto o a la casa de locos. Para mí era exactamente el Edén, con su fuente luminosa, abrazada por un jardín circular, y los círculos inquietos de los tranvías reptando alrededor, en el que esperaba ver aparecer a Adán y Eva entre los chorros multicolores. La plaza Paraíso era y es un centro neurálgico de la ciudad donde desembocan las principales avenidas , una especie de rosa de los vientos, por donde el Cierzo se mueve a sus anchas y a toda velocidad, alcanzando otros rincones nombrados con la misma inspiración: la calle de El Porvenir (una pronunciada cuesta que medra desde el Puente de los Gitanos hasta alcanzar el lujoso Paseo de Ruiseñores), el Parque Pignatelli, el Canal Imperial, el Paseo de la Independencia... Con los cines, tampoco se escatimaba a la hora de poner nombres: Rex, Roxy, Palafox, Dux, Elíseos, El Dorado, Latino, Coliseo, Rialto... Otro tanto con las confiterias : Tupinamba, Soconusco... Se podría decir que la Zaragoza ignorada de los años oscuros se refugió en sus nombres, esperando mejores tiempos para contar y exhibir su semántica histórica, su arquitectura, su carácter. Algo de esa tradición literaria ha llegado hasta nuestros días y hay todo un barrio nuevo dedicado al cine en el que sus calles y plazas se conocen por los nombres de actores y directores y títulos de películas. Así que , aviso para visitantes de la capital de los Héroes del Silencio y los Violadores del Verso: En Zaragoza hay muchas cosas que ver, pero nos se fien mucho de las indicaciones. Si consultan el callejero y descubren La isla del tesoro o Atraco a las tres, recuerden que son sólo fantasías urbanísticas, el transbordo al Parnaso de una ciudad que se sueña. Una ciudad "des-mañada".

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Bueno Belinda mas que "desmañada" yo diria que "Apañada",lo cierto que es increible que la ciudad diese la espalda al Ebro,papa se lo cruzaba a nado y rescató a riesgo de caer al agua con nuestra madre ,a algun que otro bañista desde las barca,por entonces el rio era navegable y las parejas se podian dar romanticos paseos a pesar de estos incidentes,ahora podemos volver a pasear en ellas como nuestros padres, te propongo una vuelta con las "castan sister" nos vemos en la EXPO.Un beso Men
Anónimo ha dicho que…
Ye doy la razón, Belinda. Por la plaza del Paraiso y más concretamente, en la esquina de la Gran Vía, saliendo del Eliseos, el cierzo, en los días de viento, es capaz de llevarte en volandas por los cielos.
Hubo hace muchos años una serie de cine japonés en el Eliseos, que lo recuerdo con mucho cariño: Los siete samurays, Barbarroja... Y tambièn al cierzo de aquella esquina infernal.

Tiene un clima duro esta ciudad. En esta tierra nuestra, Belinda, ya sabes que no nos andamos con términos medios. O nos asamos de calor o nos jodemos de frío.Y así salimos nosotros, un poco venteados.
Un abrazo. Luis

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