Visitas,Visiones y Avistamientos.



Recuperando una costumbre que en otros tiempos resultaba casi un vicio, el sábado pasado, improvisamos una salida de Madrid.. No teníamos plan elaborado, ni propósito alguno. Caldeados por la excitación de todo viaje y por un sol cervantino que nos arrastraba hacia el Este, aparecimos en Cuenca. Con el mediodía recién estrenado, obviando la ciudad nueva y llana, nos dirigimos hacia el cráneo histórico que, en palabras de Pio Baroja, está enclavado como un nido de águilas. Y digo cráneo porque, además de contener en sus circunvoluciones urbanas la materialización de lo que parecen alucinaciones seculares, se accede a él por un aparcamiento de siete niveles laberínticos, trepanados en la roca viva.
La incursión por este oído mineral devuelve al visitante ante una plaza flanqueada por una torre que eleva ( aún más) un doble reloj y vigila, por un lado, las profundidades de la hoces y, por otro, la entrada a la ciudad: una calle flanqueada por grandes ventanales encarcelados en rejas de forja. Un poco más adelante, echándonos a las espaldas un pétreo mensaje del dintel del seminario que sentencia "La sabiduria empieza por el temor de Diós", nos encontramos con una versión modesta de la Puerta de Alcalá sosteniendo el Ayuntamiento. Atravesando sus jambas, entramos en la Plaza Mayor, un amplio salón de geometría incierta, cerrado en un lateral por el telón modernista de la fachada de la catedral (1902) que esconde un templo cuyos muros arrancan con el primer gótico y recorren en sus capillas todos los estilos artísticos del pasado milenio hasta cerrar sus vanos con unas vitrinas abstractas. Estas vitrinas no suelen gustar pero colorean la imponente verja del altar mayor de forma tan insólita que parece una visión psicodélica del cuadro de Las Lanzas.
A partir de aquí todo son calles empinadas, repechos y escaleras en un recorrido zigzagueante que soslaya los abismos del Huécar y el Júcar pero sin perderlos de vista. La ciudad entera está llena de ojos, de aberturas que parecen controlar incesantes las paredes de los barrancos que la rodean , confiriendo una sensación de irrealidad que evoca los paisajes de los frescos de Benozzo Gozzoli. Como si nos hubiéramos mezclado en una de sus cabalgatas de adoración a los Magos, iniciamos la subida hacia la zona del castillo entre la comitiva de turistas hasta llegar al antiguo convento de las Carmelitas, hoy sede de la Fundación Antonio Pérez. El museo de la fundación está formado por una extensa y singular colección de arte pop, trufada de curiosidades como las piezas encontradas y otras ocurrencias que perfuman y completan con humor la dramática atmósfera plástica que se concentra entre los muros del Museo Español de Arte Abstracto y de la Fundación Antonio Saura.
Entre los hallazgos que se pueden encontrar en el recinto, disfrutamos de la exposición temporal de escultura de Félix Arellano: un despliegue estatuario de pequeño formato que nos transporta hacia territorios arcanos, por medio del lenguaje simbólico y abstracto de las matemáticas. El autor, físico y aparejador de formación, se confiesa apasionado y entregado a esta disciplina y nos ilustra su proceso creativo a partir de una elipse, construida según la sucesión de Fibonacci, que evoluciona en el espacio hasta configurar, como si del huevo primordial se tratara, un microcosmos poblado de toros, danzantes, escarabajos, venus copulantes, ingenios rituales, iconos místicos... Sugerente, sorprendente y enigmática, la muestra se exhibe sobre unos expositores que se transforman, por coherencia semántica, en altares de alguna deidad hermética. En convivencia y connivencia con las obras colgadas de Dis Berlin, el Equipo Crónica y otros artistas de los 80, las obras de Arellano funcionan como metáforas de una ciudad, que parece esculpida obedeciendo a paradójicos (o parabólicos) y extraños designios. El imaginario posible de una ciudad improbable.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Escribes muy bien, Belinda. Hay un trabazón conceptual muy sólido con que montas implacable tu arquitectura. Pero dónde pones los árboles y los pajarillos...? Vamos, el aire travieso de tus propios sentimientos para aliviar el paisaje?
Perdóname, amiga, es lo que yo pienso.
Me recuerdas una vez que estuvimos en Cuenca con dos amigas tuyas, un día tal como el de la procesión de los borrachos. Cuando el ambiente se iba cargando, nos escapamos. Sabes qué se empeñaron en visitar tus amigas? Nada menos que la casa de su adorado José Luis Perales, con cuyas canciones tántas veces había bailado, una de ellas, en mis brazos.
Un abrazo muy fuerte. Luis
Anónimo ha dicho que…
Mira, qué casualidad, Miguel Angel y Mª Pilar, que acaban de llegar y me voy ahora con ellos a tomar un vino en el Hamburgo, te mandan un abrazo muy fuerte y que llames.
Anónimo ha dicho que…
Conforme releo tu descpiptiva visita a Cuenca me va interesando y gustando más.
Ese sol cervantino y Baroja caminando lento a tu lado, quizás con las manos en la espalda, la gran boina sobre su cabeza...
Vas a ser, Belinda, ya lo veo, una de mis blogueras favoritas.
Y al que conducía el coche también le quiero y me lo imagino paciente sobre tus pasos.
Un abrazo a los dos y no tardes en escribir, amiga.
L.B.C.
Anónimo ha dicho que…
Voy a Cuenca contigo y a donde haga falta, Belinda. Que tus palabras son dulces como la miel y acaricias el oido con elegante ternura.
Pero no veo por aquí al refugio de todas las desdichas, la madre cuidadora de todos nuestros infortunios, la alegre picaruela que nos alegre con sus risas nuestros pasos solitarios. La última vez que acudí en solicitud de su auxilio atendía por Virginia y es verdad que aún guardaba en sus ojos alguna triste despedida.
Portaros bien. Un abrazo
Teódulo

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